Salud mental postpandemia: ¿hemos normalizado el sufrimiento?
Jóvenes en crisis, gobiernos en silencio
Contextualización
La pandemia de COVID-19 nos dejó cicatrices visibles: pérdidas, duelos inconclusos, miedo a la enfermedad y la fragilidad de los sistemas de salud. Pero también nos dejó heridas invisibles: ansiedad, depresión y un incremento sostenido de suicidios, especialmente en jóvenes.
Las estadísticas no mienten. En España, los suicidios son ya la primera causa de muerte externa, con un crecimiento preocupante en menores de 30 años. En Ecuador, los intentos de suicidio en adolescentes se han disparado en los últimos cinco años, aunque con un subregistro evidente. La depresión y la ansiedad han pasado de ser diagnósticos marginales a figurar en los informes de salud pública como problemas prioritarios.
Sin embargo, la paradoja es evidente: hablamos más de salud mental, pero la tratamos menos. La pregunta es incómoda: ¿hemos normalizado el sufrimiento?
I. La epidemia silenciosa
La depresión y la ansiedad no nacieron con la pandemia, pero esta fue un acelerador. El aislamiento, la incertidumbre económica, los duelos colectivos y la digitalización forzada multiplicaron la fragilidad emocional.
Hoy, cada vez más jóvenes consultan por síntomas de angustia, ataques de pánico o pensamientos suicidas. La ansiedad se ha vuelto parte del vocabulario cotidiano. Lo que antes era tabú ahora se verbaliza… pero se atiende mal.
II. El espejismo de la “conciencia”
En los últimos años, tanto en España como en Ecuador, los gobiernos han lanzado campañas de “bienestar emocional”: afiches de colores, frases motivacionales, números de teléfono de atención en crisis. Un avance simbólico, sin duda. Pero detrás de esa fachada se esconde un sistema desbordado.
En España, la ratio de psicólogos en la sanidad pública ronda los 6 por cada 100.000 habitantes, muy por debajo de la media europea, que supera los 18. En Ecuador, los programas de salud mental son mínimos y la atención especializada depende, en gran parte, del bolsillo del paciente.
Se nos invita a “cuidar la mente”, pero se recortan presupuestos y se precariza al personal sanitario. El resultado: un discurso que alivia la conciencia pública más que la realidad de los pacientes.
III. Medicalización del malestar
El sufrimiento humano, cuando se vuelve incómodo para la sociedad, se traduce rápidamente en diagnósticos. Jóvenes exhaustos se etiquetan como ansiosos, adultos agobiados se convierten en “depresivos crónicos”, estudiantes estresados reciben ansiolíticos.
La pregunta no es si los fármacos ayudan (porque sí lo hacen), sino si los estamos utilizando como un atajo para no mirar las raíces del problema: desempleo juvenil, precariedad laboral, redes sociales que multiplican la comparación y la soledad, sistemas educativos que no enseñan a gestionar la frustración, familias que sobreviven bajo angustia económica.
Medicalizamos el malestar para no reconocer que es, en gran medida, estructural.
IV. El espejismo del “bienestar”
La moda del wellness y del autocuidado también juega su papel. Se nos dice que meditemos, que compremos un curso online de mindfulness, que hagamos yoga con una aplicación, que nos desconectemos… mientras trabajamos jornadas interminables y vivimos en ciudades cada vez más hostiles.
La industria del bienestar ha convertido el sufrimiento en mercado. El mensaje implícito es perverso: si estás mal, es porque no haces suficiente yoga o no te compras la app correcta. La responsabilidad se individualiza y lo colectivo desaparece.
V. Jóvenes: la generación que no calla
Lo más inquietante es que el aumento de suicidios y de consultas por depresión se concentra en jóvenes y adolescentes. Una generación que, paradójicamente, habla más que nunca de salud mental, pero que siente que no tiene futuro.
¿De qué sirve saber identificar un ataque de ansiedad si el horizonte está lleno de incertidumbre, precariedad y violencia social? ¿Qué valor tiene repetir mantras de resiliencia cuando el sistema no ofrece esperanza real?
VI. ¿Y los gobiernos?
España destina apenas el 5% del presupuesto sanitario a salud mental. Ecuador, menos del 2%. Las listas de espera para psicología en la sanidad pública española superan, en algunos casos, los seis meses. En Ecuador, en zonas rurales, ni siquiera existe acceso a atención especializada.
El discurso político se llena de palabras como “resiliencia” o “bienestar emocional”, pero la práctica se resume en parches, campañas de propaganda y recortes encubiertos.
El sufrimiento se normaliza cuando el Estado se limita a registrarlo, no a prevenirlo.
Conclusión
La postpandemia nos obligó a mirar de frente una verdad incómoda: estamos en medio de una crisis global de salud mental. Pero, en lugar de atacarla en su raíz, preferimos maquillar el malestar con campañas, aplicaciones de bienestar y prescripciones rápidas.
El sufrimiento humano no es solo un asunto clínico; también es social, político y económico. Ningún país resolverá la depresión y la ansiedad de su juventud sin empleo digno, sin redes de apoyo comunitarias y sin servicios de salud mental accesibles y suficientes.
Los fármacos, la terapia y las campañas son necesarios, pero no suficientes si el sistema continúa produciendo angustia. La pregunta, entonces, sigue en pie: ¿queremos sociedades resilientes o sociedades realmente sanas?
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Bibliografía
Organización Mundial de la Salud (OMS). Depresión y otros trastornos mentales comunes: estimaciones sanitarias mundiales. Ginebra: OMS; 2017.
Ministerio de Sanidad, España. Estrategia de Salud Mental 2022-2026.
Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), Ecuador. Estadísticas de mortalidad y suicidios 2023.
Observatorio del Suicidio en España, Fundación Española para la Prevención del Suicidio, 2024.
OPS/OMS. Impacto de la pandemia de COVID-19 en la salud mental en América Latina y el Caribe.
Eurostat. Mental Health Care Personnel in Europe 2023.
✍️ Dr. Ney Briones Zambrano
Médico de Urgencias
Red Conecta Ecuador Noticias / Substack
La salud mental es un asunto pendiente de la sociedad toda. Desgraciadamente tenemos esa necesidad inherente de creer en lo tangible, y nos cuesta aceptar aquello que no se ve. Por eso mucha gente no asume la salud mental como otro aspecto de tu bienestar que debes cuidar tal cual tu cuerpo.
Es interesante el saldo que dejó la pandemia en ese aspecto. Fue definitivamente un impacto en nuestra salud mental. En mi caso personal, fue un momento de crecimiento, pero justamente forzado por las condiciones externas y como mecanismo para no dejarme caer. Aquí lo narro: https://open.substack.com/pub/luisorlandolencarpio/p/como-deje-cuba-para-estudiar-en-europa?r=4pi3yl&utm_campaign=post&utm_medium=web&showWelcomeOnShare=false