“Remigración”: cuando Vox dice deportar, quiere decir excluir
El partido ultra propone abiertamente expulsar a millones de migrantes y sus hijos nacidos en España. Es mucho más que xenofobia: es un ataque directo al modelo de sociedad plural, y democrática.
I. Introducción: cuando el eufemismo se convierte en amenaza
Vox ha dejado de jugar al despiste. Ya no se esconde tras el disfraz del “control fronterizo” o de la “inmigración ordenada”. Ahora habla abiertamente de “remigración”, un término calcado de la ultraderecha alemana que no significa otra cosa que la deportación masiva de millones de personas.
La diputada Rocío de Meer lo dijo sin matices en sede parlamentaria: hace falta un “proceso extraordinariamente complejo de remigración” que afectaría, según sus propias estimaciones, a ocho millones de personas. La cifra no sale de ninguna estadística oficial: sale del delirio ideológico de quienes no consideran españoles a los hijos de migrantes, aunque hayan nacido aquí.
Es el giro final de Vox hacia el fundamentalismo nacionalista más peligroso: una política de exclusión racial, disfrazada de tecnocracia.
II. ¿Qué es la “remigración”? El concepto detrás del horror
La palabra “remigración” se popularizó en Alemania entre teóricos identitarios y partidos de extrema derecha como AfD. Su significado es simple y brutal: deportar a quienes no son considerados parte de la “cultura nacional”, incluso si llevan décadas en el país o han nacido en él.
No es inmigración “controlada” ni “legal”. Es expulsión forzosa basada en el origen, el apellido o el color de piel. Es un proyecto de ingeniería demográfica con tintes étnicos.
Vox la adopta sin complejos. Pero no detalla ni el cómo, ni el cuándo, ni el coste jurídico, social o humano de semejante aberración. Porque no busca gobernar con eficacia: busca agitar el odio, sembrar el miedo y dividir al país entre “los de aquí” y “los de fuera”. Aunque todos estén en el mismo barrio, la misma escuela o el mismo hospital.
III. ¿A quiénes quieren echar? Hijos, vecinos, compañeros
Vox habla de ocho millones de personas. No hay ocho millones de inmigrantes irregulares en España. Para alcanzar esa cifra, el partido incluye a hijos de migrantes nacidos en suelo español, e incluso a personas con nacionalidad pero con ascendencia no europea.
Es decir: quieren expulsar a ciudadanos.
Esa lógica no solo viola derechos fundamentales, sino que desmantela el principio de ciudadanía igualitaria. Para Vox, el pasaporte no basta: hay que ser culturalmente “apto” para ser considerado español.
Así, quienes no encajan en su fantasía identitaria son automáticamente sospechosos. A esos millones de personas —vecinos, compañeros de trabajo, hijos de españoles con piel morena— se les niega la pertenencia, la dignidad y el futuro.
IV. España: país de acogida, país de emigrantes
La propuesta de Vox no solo es injusta: es históricamente ciega. España ha sido durante siglos un país de migraciones. En el siglo XX, millones de españoles emigraron a Alemania, Francia, Suiza, Argentina o Venezuela en busca de trabajo. Allí criaron hijos, aprendieron idiomas y lucharon por integrarse.
Hoy ocurre lo inverso: España acoge a quienes buscan lo mismo que buscaban nuestros abuelos: oportunidades, paz, dignidad.
Además, la diversidad no es un problema: es un hecho. Un hecho que convive cada día en nuestras aulas, centros de salud, mercados y oficinas. Esa es la España real: plural, mestiza, compleja, imperfecta y profundamente humana.
“Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión…”
— Artículo 14 de la Constitución Española
V. Reacciones: el Gobierno y la oposición frente al discurso del odio
Las palabras de Rocío de Meer han generado una ola de repudio institucional. El Gobierno, a través de la ministra de Migraciones, calificó la propuesta de Vox como “inhumana, inconstitucional y racista”, recordando que la Constitución garantiza los derechos fundamentales sin distinción de origen.
El presidente del Gobierno afirmó con contundencia: “quien plantea deportar a hijos de inmigrantes nacidos aquí está fuera del marco democrático”.
Desde Sumar y Podemos se exigió que la Fiscalía actúe por posible delito de odio. El PSOE ha llamado a una respuesta “coordinada y firme” contra estos discursos que deshumanizan.
¿Y el PP? Silencio o ambigüedad calculada. Feijóo evitó condenar el mensaje, limitándose a reiterar que “la inmigración debe ser ordenada”. Una evasión que, en este contexto, roza la complicidad.
VI. Un discurso con raíces peligrosas
El discurso de la “remigración” no es nuevo. En la historia reciente, los Balcanes, Ruanda y la Alemania nazi comenzaron así: señalando, aislando, expulsando. Primero con palabras, luego con leyes, finalmente con violencia.
¿Estamos exagerando? Ojalá. Pero la historia no se repite: a veces rima.
Vox no habla solo a sus fieles. Habla también a esa parte de la población que se siente abandonada, precarizada, frustrada. Les ofrece un chivo expiatorio: “el extranjero”. Es una trampa cruel, que no resuelve nada, pero alimenta una guerra entre pobres.
VII. España no es suya: resistencias desde la ciudadanía
España no es suya. Es de todos. De quienes nacieron aquí y de quienes llegaron para quedarse, trabajar, amar, contribuir.
Es momento de hablar claro: esto no va de “control migratorio”. Va de identidad, de democracia, de humanidad.
Hay que desmontar el discurso de Vox, pero también ofrecer alternativas. Políticas migratorias justas, integración real, igualdad de oportunidades, defensa de los derechos sociales.
No se combate el odio solo con discursos: se combate con políticas que incluyan, con comunidad, con educación, con participación.
VIII. No es una propuesta: es una amenaza
“Remigración” no es una política. Es una advertencia. Es el deseo explícito de un partido de deshacer décadas de convivencia, de borrar a millones de personas de nuestra comunidad nacional.
No se trata solo del futuro de migrantes y sus hijos.
Está en juego la esencia democrática de España.
Cuando el odio se normaliza, la historia nos enseña que el siguiente paso siempre es peor.
La línea ya ha sido cruzada. El silencio no es neutralidad: es complicidad.
Dr. Ney Briones Zambrano.
Redactor en substack
Director ejecutivo Movimiento Quinta Región.