Pedro ya no está en la grada, pero sigue en cada gol
Carta póstuma a un amigo españolista, compañero de batallas, de fútbol y de vida. En la temporada más difícil, el RCD Espanyol logró salvarse. Y yo, Pedro, te sigo hablando desde este lado del mundo.
Querido Pedro,
Perdona que te escriba así, como si aún pudieras leerme. No sé cómo funcionan las cosas allá arriba, pero me gusta pensar que tienes tus maneras de enterarte de lo que pasa aquí abajo. Tal vez tu tocayo San Pedro te eche una mano y te deje asomarte un rato, sobre todo los días de partido.
Han pasado ya unos años desde que te fuiste, pero no hay jornada del Espanyol en la que no piense en ti. A veces cierro los ojos y te imagino ahí, a mi lado, en nuestro asiento de siempre. Gritando, sufriendo, ilusionándonos como críos. Porque eso fue siempre para nosotros el fútbol: una excusa para seguir creyendo en algo, incluso cuando todo lo demás parecía tambalearse.
Este año, Pedro… este año ha sido durísimo. El equipo ha pasado por mil tormentas, pero al final, en la jornada 38, logramos lo imposible: salvarnos. Un 2-0 que supo a gloria, a alivio, a milagro. No fue una gran temporada, lo sabes. Pero esa victoria final tuvo algo de épico, como esas historias que tanto te gustaban. Y yo sé que la hubieras celebrado como nadie. Con los puños en alto. Con los ojos brillando.
Te cuento que el entrenador es Manolo González. ¿Te acuerdas de él? Coincidimos en una temporada cuando yo era médico en el CF Badalona. Siempre fue un tipo callado, serio, muy currante. De esos que no venden humo, pero que no se rinden nunca. El año pasado logró lo que parecía imposible: devolver al equipo a Primera. Y esta temporada, contra todo pronóstico, lo ha mantenido ahí. Hubo momentos duros, Pedro. Muy duros. Parecía que se lo cargaban, pero la hinchada salió a defenderlo. Y eso le dio fuerzas. Lo dice siempre: que está agradecido, que sabe que sin la afición no se habría mantenido en pie.
A tu familia la veo de vez en cuando. A Paquita, sobre todo. Siempre tiene ese temple tuyo, sereno pero firme. Hablamos un poco, recordamos cosas. A veces le cuesta, claro, porque el vacío que dejaste no se llena con palabras. No hemos podido ir al estadio últimamente. Ya sabes: el tiempo, la salud, la vida que aprieta. No es como antes, cuando tú y yo íbamos casi siempre, como un ritual sagrado.
Tu hijo Pedro lleva a tu nieto, y eso me conmueve profundamente. Es perico como tú, de corazón. Va con su bufanda, grita los goles, se enfada y se entristece cuando el equipo pierde y yo imagino que estás ahí, orgulloso, viéndolo desde algún lugar. Hay algo muy bonito en eso, Pedro. En saber que no todo se pierde, que algo de ti sigue vibrando en cada jornada.
Con Javi hablo de vez en cuando, pero cuando lo hacemos nos reímos, nos acordamos de tus broncas con los árbitros, de tus frases cargadas de ironía cuando el equipo no daba pie con bola. Esos momentos siguen vivos, como si no se hubieran ido nunca.
Y hablando del equipo… qué decirte. Falta inversión, Pedro. La afición ya empieza a cansarse. Nos sentimos abandonados, como si lo nuestro no importara. El presidente, Chen Yansheng, apenas aparece. Promete poco y pone menos. Y así, año tras año, estamos condenados a pelear siempre por no caer. Sin refuerzos de peso, sin un proyecto ambicioso, sin un rumbo claro. No se puede competir solo con corazón.
La gente lo nota. El estadio lo nota. Y aunque la salvación fue un milagro, también fue un grito. Un “hasta cuándo”. Porque si no se invierte de verdad, si no se refuerza el proyecto, volveremos a sufrir. Y tú sabes bien cuánto duele eso.
El que más ha brillado este año es el portero, Joan García. Un chaval con temple, reflejos felinos y mucha cabeza. Nos ha salvado más de una vez. Seguro que te hubiera gustado. Uno de esos jugadores con los que tú soñabas construir futuro.
Te echo de menos, Pedro. Pero no es solo por el fútbol. Es por todo. Por la amistad, por la lealtad, por esa forma tuya de vivir las cosas con pasión y sin cinismo. Me enseñaste que se podía ser hincha sin fanatismo, crítico sin amargura, y luchador sin perder la sonrisa.
Hoy, cada vez que suena el pitido inicial, sé que tú también estás ahí. No en cuerpo, pero sí en alma. En cada cántico, en cada abrazo, en cada derrota amarga y en cada victoria sufrida.
Gracias por todo, amigo. Aquí seguimos, como tú decías, “luchando para sacar las cosas adelante”. Tú ya estás descansando. Pero no estás solo.
Un abrazo hasta el cielo,
Ney