La lucha contra la obesidad y las dietas sin control
Riesgos reales frente a modas populares en la alimentación
Contextualización: cuando la salud se vuelve víctima de las tendencias
Vivimos en una era donde la información circula más rápido que nunca, pero también donde la desinformación se disfraza de consejos bien intencionados. En este escenario, la obesidad —una de las principales amenazas a la salud pública del siglo XXI— convive con un fenómeno paralelo: la obsesión por perder peso a cualquier precio. Influencers, gurús de la salud sin formación y celebridades con millones de seguidores promueven fórmulas mágicas y dietas extremas que prometen resultados rápidos, sin evidencia científica y, en muchos casos, con consecuencias graves para la salud.
El problema no es solo la obesidad, sino cómo la enfrentamos. Porque en medio del miedo, la urgencia y la presión estética, muchas personas terminan adoptando estrategias que no solo no resuelven el problema, sino que lo agravan. Este artículo es una invitación a mirar con más profundidad, a poner el foco en lo verdaderamente importante: la salud, el conocimiento y el bienestar sostenible.
I. La obesidad: un enemigo complejo, no una simple cuestión de voluntad
La obesidad no es solo el resultado de una ingesta excesiva de alimentos o de una vida sedentaria. Se trata de una enfermedad crónica multifactorial reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS), en la que convergen factores genéticos, hormonales, psicológicos, sociales y ambientales.
Los estudios muestran que existen variaciones genéticas que predisponen al acúmulo de grasa corporal, a la eficiencia metabólica y al comportamiento alimentario. Asimismo, condiciones como el hipotiroidismo, el síndrome de ovario poliquístico (SOP) o la resistencia a la insulina, pueden influir en el peso corporal.
A esto se suman factores sociales: el acceso limitado a alimentos saludables, el estrés crónico, la falta de espacios para la actividad física, o el entorno laboral. La obesidad, en muchos casos, refleja una inequidad estructural más que una elección personal.
II. Dietas milagrosas: la peligrosa seducción de lo inmediato
Las dietas extremas y populares suelen carecer de respaldo científico. Prometen una rápida pérdida de peso mediante restricciones severas de calorías, eliminación total de grupos de alimentos (como carbohidratos o grasas), o el uso de suplementos no regulados. Aunque inicialmente pueden mostrar resultados, no son sostenibles y conllevan riesgos importantes.
El denominado efecto rebote (reganancia de peso tras abandonar la dieta) está bien documentado. A menudo se pierde más masa muscular que grasa, lo cual reduce el metabolismo basal y favorece la ganancia de peso posterior. Las dietas cetogénicas estrictas, el ayuno prolongado sin supervisión o las llamadas dietas "detox", carecen de justificación fisiológica sólida y pueden inducir desequilibrios severos en el organismo.
Además, estas prácticas pueden detonar o agravar trastornos de la conducta alimentaria, especialmente en adolescentes y mujeres jóvenes, como la anorexia nerviosa, la bulimia o el trastorno por atracón.
III. El cuerpo no olvida: consecuencias médicas de las dietas sin control
Desde el punto de vista endocrinológico y metabólico, someter al cuerpo a restricciones calóricas extremas sin supervisión médica puede tener efectos duraderos. Entre ellos:
Disminución del metabolismo basal: el cuerpo entra en modo de ahorro energético, dificultando la pérdida de peso futura.
Alteraciones hormonales: como la disminución de leptina, grelina, insulina y hormonas tiroideas.
Amenorrea hipotalámica: cese del ciclo menstrual por pérdida de grasa corporal y estrés fisiológico.
Pérdida de masa muscular (sarcopenia), incluso en personas jóvenes, que incrementa el riesgo de fragilidad y disminuye la tasa metabólica.
Desnutrición oculta: deficiencia de micronutrientes (vitamina D, hierro, calcio, ácido fólico, vitamina B12) sin pérdida significativa de peso.
En lugar de soluciones rápidas, el cuerpo necesita procesos lentos y progresivos, adaptados a sus propias respuestas fisiológicas. Solo así se puede preservar la salud metabólica a largo plazo.
IV. Nutrición basada en evidencia: el camino hacia una salud real
La nutrición científica y clínica no propone prohibiciones, sino equilibrio. Una dieta saludable es aquella que se adapta a la cultura, el estilo de vida y las necesidades del individuo, promoviendo un estado nutricional óptimo y sostenible. Sus pilares son:
Distribución equilibrada de macronutrientes: proteínas de calidad, grasas saludables y carbohidratos complejos.
Consumo adecuado de fibra, vitaminas y minerales a partir de alimentos naturales.
Regularidad en las comidas, evitando periodos de ayuno extremos sin supervisión.
Disfrute de la comida como experiencia social, cultural y sensorial.
Evaluación del estado nutricional con seguimiento antropométrico y analítico periódico.
El acompañamiento interdisciplinar (médico, nutricionista y psicólogo) es clave para detectar y tratar no solo el exceso de peso, sino los factores que lo generan y lo mantienen: ansiedad, hambre emocional, trastornos del sueño, hábitos adquiridos o problemas de autoestima.
V. Más allá del peso: salud integral y cultura del cuidado
El éxito en salud no se mide por el número que aparece en la báscula. Se mide por la capacidad de sostener hábitos saludables a largo plazo, de vivir sin dolor, con energía, con movilidad y con bienestar emocional.
Cambiar el enfoque implica promover:
Educación nutricional desde edades tempranas.
Acceso económico y geográfico a alimentos reales y saludables.
Tiempo y espacios seguros para el movimiento físico.
Modelos positivos de imagen corporal, ajenos a estereotipos irreales.
Ambientes laborales y sociales que favorezcan la salud y no la precariedad.
No se trata solo de evitar la obesidad, sino de construir una cultura del autocuidado colectivo.
VI. El rol de los profesionales: guía, empatía y evidencia
Frente a la saturación de mensajes contradictorios, la función del personal sanitario es más importante que nunca. Debemos escuchar sin juzgar, informar con base en la ciencia, adaptar el tratamiento a cada caso y proteger la salud física y mental de quienes confían en nosotros.
Debemos también actuar como comunicadores, desmontando mitos y ofreciendo información clara en todos los medios posibles. La salud no debe ser un privilegio, sino un derecho que empieza por el acceso a la verdad.
Conclusión: más conciencia, menos extremos
La lucha contra la obesidad exige una transformación profunda en nuestra forma de ver el cuerpo, la comida y la salud. Se necesita educación, acompañamiento, compasión y evidencia.
No existen atajos mágicos. Lo que sí existe es el conocimiento, la ciencia y la posibilidad real de cambiar sin dañar.
La pregunta no es solo cuánto peso queremos perder, sino cuánta salud estamos dispuestos a ganar.
Dr. Ney Briones Zambrano
Médico de Urgencias
Máster en Medicina Tropical y Salud Internacional (Universidad de Barcelona) Postgrado en Nutrición, Suplementación y Farmacología en el Deporte(UB)
Divulgador en salud pública, nutrición y medicina basada en evidencia
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