“Hipertensión arterial: el enemigo silencioso que dejamos crecer”
Cuando ignoramos la prevención, fallamos en el diagnóstico y abandonamos el tratamiento, la presión alta se convierte en infartos, ictus y tragedias evitables.
Introducción: vidas en silencio, finales ruidosos
Juan tiene 55 años. María, 48. Ninguno sentía dolor. No había señales claras de alarma. Pero un lunes cualquiera, Juan sufrió un infarto masivo y María un accidente cerebrovascular devastador. Ambos compartían un factor común: hipertensión arterial no controlada. Nunca les dolió, nunca se preocuparon, y nadie les explicó con claridad que la presión alta mal gestionada puede acabar con la vida o dejar secuelas permanentes.
La hipertensión arterial es uno de los principales problemas de salud pública en el mundo. Silenciosa, crónica y con efectos devastadores cuando no se trata, esta enfermedad ha sido históricamente ignorada por los propios pacientes y, en muchas ocasiones, subestimada por los sistemas de salud.
Una pandemia silenciosa en cifras
A nivel mundial, más de 1.280 millones de personas entre 30 y 79 años viven con hipertensión. Casi la mitad no lo sabe. Apenas el 42 % está en tratamiento y solo un 21 % tiene la presión arterial verdaderamente controlada.
En Ecuador, la situación no es menos preocupante. Según datos nacionales, aproximadamente el 20 % de los adultos entre 18 y 69 años tienen hipertensión. Sin embargo, más de la mitad desconoce su condición. De quienes lo saben, un número considerable no toma medicación o la abandona. El control efectivo es bajo.
En España, la prevalencia alcanza al 33 % de los adultos de entre 30 y 79 años, lo que equivale a unos 10 millones de personas. Aunque los niveles de diagnóstico y tratamiento son mejores que en muchos países de América Latina, aún existe un desfase importante: más del 60 % no mantiene la presión bajo control, y decenas de miles de muertes anuales se vinculan directamente a enfermedades cardiovasculares prevenibles.
¿Qué es realmente la hipertensión arterial?
La hipertensión arterial se define como una elevación sostenida de la presión arterial por encima de 140/90 mm Hg, o como el uso crónico de medicamentos antihipertensivos. No es una dolencia puntual, sino un proceso progresivo que daña los vasos sanguíneos, el corazón, el cerebro, los riñones y otros órganos vitales.
El problema es que no suele dar síntomas en sus primeras fases. La mayoría de las personas no siente nada, y ese es justamente su mayor peligro: cuando finalmente se manifiesta, muchas veces lo hace en forma de un infarto, un ictus, una insuficiencia renal o una crisis hipertensiva.
¿Por qué no prevenimos? ¿Por qué no cumplimos con el tratamiento?
Hay muchas razones. En primer lugar, porque la hipertensión no duele. Es invisible y silenciosa. Muchas personas creen que si se sienten bien, están bien, y dejan de tomar la medicación. Esa lógica es fatal.
En segundo lugar, los cambios que se requieren son difíciles: comer con menos sal, dejar el alcohol, hacer ejercicio, bajar de peso, reducir el estrés. En una sociedad acelerada, urbana y sedentaria, estas transformaciones exigen apoyo, educación y entornos que faciliten la vida saludable.
Y en tercer lugar, porque el sistema de salud muchas veces llega tarde. Se diagnostica poco, se revisa de forma esporádica, se ofrece poca educación sanitaria y no se acompaña al paciente con la frecuencia necesaria.
Las consecuencias de no actuar
Las complicaciones de la hipertensión no son menores. Entre las más frecuentes y graves se encuentran:
Infartos de miocardio
Accidentes cerebrovasculares (isquémicos o hemorrágicos)
Insuficiencia cardíaca
Enfermedad renal crónica (que puede llevar a la diálisis)
Retinopatía hipertensiva (y en casos severos, ceguera)
Deterioro cognitivo progresivo
Crisis hipertensivas (emergencias médicas que pueden causar muerte súbita)
Es decir, no tratar la hipertensión no es una decisión sin consecuencias. La presión alta daña lentamente el cuerpo por dentro, hasta que un día estalla.
¿Cómo se previene la hipertensión y sus secuelas?
La buena noticia es que muchas de estas complicaciones son evitables. La prevención pasa por dos caminos: las medidas colectivas y los cambios individuales.
En el nivel poblacional, es urgente reducir el consumo de sal (idealmente menos de 5 gramos al día), regular la industria alimentaria, fomentar el etiquetado claro de productos, limitar la publicidad de alimentos ultra procesados, crear espacios públicos seguros para el ejercicio, y establecer políticas fiscales que favorezcan alimentos saludables.
A nivel individual, es fundamental:
Controlar el peso
Hacer ejercicio regularmente (al menos 150 minutos por semana)
Adoptar una dieta rica en frutas, verduras, legumbres, cereales integrales y baja en sal
Reducir el consumo de alcohol y eliminar el tabaco
Controlar el estrés y dormir bien
Y, por supuesto, medirse la presión regularmente, sobre todo si se tienen antecedentes familiares o factores de riesgo.
Tratamiento: controlar, no curar
La hipertensión no se cura. Se controla. Esa es una verdad que cuesta aceptar.
El tratamiento combina cambios en el estilo de vida con medicación antihipertensiva. La mayoría de los pacientes necesita más de un fármaco para lograr el objetivo de presión arterial, que suele ser mantenerla por debajo de 130/80 mm Hg, especialmente en personas con riesgo cardiovascular alto.
Sin embargo, muchas personas abandonan el tratamiento cuando se sienten mejor. Ese es uno de los errores más comunes y peligrosos. Sentirse bien no significa estar controlado. Dejar la medicación sin indicación médica aumenta drásticamente el riesgo de infarto o ictus en las semanas siguientes.
Por eso, es clave que los profesionales de salud insistan en la adherencia, ajusten el tratamiento cuando sea necesario, utilicen combinaciones a dosis fijas para facilitar la toma, y mantengan un seguimiento periódico y cercano.
¿Dónde falla el sistema? ¿Y cómo podemos mejorar?
El sistema de salud falla cuando actúa tarde, cuando no educa, cuando no acompaña, cuando no prioriza la atención primaria y la prevención.
También falla cuando no garantiza el acceso a medicamentos, o cuando los profesionales carecen de herramientas como la monitorización ambulatoria de la presión arterial (MAPA) o la auto medición en casa (AMPA).
Pero la responsabilidad no es solo del sistema. También es nuestra: como pacientes, como médicos, como comunicadores. No podemos seguir tratando la hipertensión como un dato menor, una cifra olvidada, un diagnóstico de rutina.
Necesitamos una transformación cultural: que la salud cardiovascular sea un valor social. Que medir la presión se vuelva hábito. Que cuidar el corazón sea parte de la vida diaria, no solo cuando llega la tragedia.
Conclusión: el momento de actuar es ahora
La hipertensión no tiene por qué llevar a la tragedia. Con conciencia, educación, diagnóstico oportuno y tratamiento adecuado, podemos evitar millones de muertes en los próximos años.
Cada paciente que comprende su riesgo, que se toma la presión, que cambia su alimentación, que hace ejercicio, que no abandona el tratamiento, está salvando su vida a diario.
Y cada profesional de salud que explica con claridad, que detecta a tiempo, que acompaña y sigue, está construyendo una medicina más humana, más útil, más preventiva.
En este combate, el silencio no es una opción. La hipertensión no avisa. Nosotros sí debemos hacerlo.
“La presión no duele. Hasta que te rompe por dentro. Y entonces es demasiado tarde.”
Dr. Ney Briones Zambrano
Médico de urgencias/Redactor substack.