Generación Z y ansiedad: ¿estamos creando una sociedad más frágil o más consciente de su salud mental?
Un debate necesario entre la patologización de la vida cotidiana y el despertar de una generación que exige hablar de lo que antes se callaba.
Contextualización
En España y Ecuador, como en gran parte del mundo, la conversación sobre salud mental ha salido de los consultorios y hospitales para instalarse en aulas, redes sociales, hogares y hasta en los parlamentos. La llamada Generación Z (jóvenes nacidos entre mediados de los 90 y principios de los 2010) aparece en el centro del debate: etiquetada como ansiosa, hiperconectada y vulnerable.
Mientras algunos les acusan de ser más frágiles y menos resilientes que sus padres y abuelos, otros defienden que, por primera vez, los jóvenes se atreven a hablar abiertamente de ansiedad, depresión, burnout académico o laboral, y a exigir apoyo institucional. La pregunta es inevitable: ¿estamos criando personas débiles o, por el contrario, una generación que nos está mostrando el precio real del silencio acumulado durante décadas?
I. El peso de las estadísticas: un síntoma de época
En España, la Fundación ANAR y el Ministerio de Sanidad han alertado del incremento sostenido de casos de ansiedad y depresión en adolescentes, especialmente tras la pandemia. En Ecuador, la Encuesta Nacional de Salud y Bienestar (ENSANUT) ya mostraba antes de 2020 un aumento en la prevalencia de síntomas ansiosos entre jóvenes urbanos, fenómeno que la crisis económica y la inseguridad han profundizado.
A nivel global, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que uno de cada siete jóvenes de entre 10 y 19 años presenta algún trastorno de salud mental, entre los que destacan la ansiedad y la depresión. Estos números preocupan, pero también revelan algo positivo: hoy se reconoce y se mide lo que antes permanecía oculto bajo diagnósticos somáticos, silencios familiares o frases como “eso son tonterías de adolescentes”.
II. ¿Fragilidad o cambio cultural?
La crítica más recurrente hacia la Generación Z es que “se queja por todo”. Sin embargo, ¿no será que el modelo cultural previo les dejó un legado de represión emocional y normalización del sufrimiento?
En sociedades como la española, marcadas por la cultura del esfuerzo y el silencio emocional, o como la ecuatoriana, atravesada por precariedad y violencia estructural, hablar de ansiedad era signo de debilidad. Hoy, los jóvenes cuestionan ese paradigma. No es fragilidad reconocer el dolor; es, quizás, un cambio cultural en el modo de enfrentarlo.
III. La hiperconexión: entre el riesgo y la oportunidad
La tecnología es un arma de doble filo. Redes como TikTok o Instagram multiplican las comparaciones sociales y alimentan el ciclo de ansiedad, pero también han servido para democratizar el lenguaje de la salud mental.
Un joven de Quito o de Madrid hoy puede encontrar un hilo explicativo sobre la ansiedad, escuchar un pódcast de psicología o participar en un foro de apoyo en línea. Es decir, lo que genera dependencia y malestar también puede convertirse en una vía de información y ayuda, siempre que exista un acompañamiento responsable.
IV. Factores sociales que pesan: educación, empleo e incertidumbre
No se puede hablar de ansiedad juvenil sin hablar del contexto.
En España, la precariedad laboral, los contratos temporales y la dificultad para acceder a la vivienda se han convertido en fuentes estructurales de ansiedad para jóvenes que ven cómo la promesa de progreso se desvanece.
En Ecuador, la inseguridad, la migración forzada y el desempleo juvenil son detonantes diarios de angustia.
La ansiedad, más que un “problema individual”, es el reflejo de las grietas sociales que los jóvenes enfrentan a diario.
V. ¿Estamos patologizando la vida?
Otro riesgo es la medicalización excesiva. No todo malestar es un trastorno, y no toda tristeza necesita una receta. Convertir la ansiedad en etiqueta universal puede ser tan dañino como negarla.
La Generación Z camina sobre esa delgada línea: entre la legítima demanda de apoyo psicológico y el peligro de sobre diagnosticar cualquier dificultad cotidiana. El reto está en equilibrar la escucha y el acompañamiento sin trivializar el sufrimiento real ni dejarlo sin atención.
VI. El desafío para las políticas públicas y las familias
Si aceptamos que la ansiedad juvenil es un síntoma de época, el paso siguiente es actuar. Eso implica:
Invertir en servicios de salud mental accesibles y de calidad. En España faltan psicólogos en la sanidad pública, y en Ecuador el presupuesto en salud mental sigue siendo inferior al 2% del gasto sanitario.
Transformar la educación. Las aulas deberían ser espacios donde se enseñe gestión emocional, no solo memorización.
Cambiar los discursos familiares y sociales. Pasar del “aguántate” al “hablemos de lo que sientes” es ya una revolución cultural.
Conclusión
La Generación Z no es más frágil que las anteriores; simplemente es más consciente. Nos obliga a mirar lo que durante décadas evitamos: el costo del silencio, la precariedad disfrazada de normalidad, la violencia estructural convertida en paisaje.
La ansiedad juvenil no debería ser vista como el fracaso de una generación, sino como el termómetro social que señala un mundo que exige cambios urgentes. Y en esa exigencia, estos jóvenes no están debilitando la sociedad: la están fortaleciendo con la valentía de decir lo que otros callaron.
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Bibliografía
Organización Mundial de la Salud (OMS). Salud mental de adolescentes. Informe 2023.
Fundación ANAR. “Informe sobre salud mental infantil y juvenil en España”, 2022.
Ministerio de Sanidad de España. Estrategia de Salud Mental 2022-2026.
ENSANUT Ecuador 2018. Ministerio de Salud Pública.
Twenge, J. (2017). iGen: Why Today’s Super-Connected Kids Are Growing Up Less Rebellious, More Tolerant, Less Happy–and Completely Unprepared for Adulthood. Simon & Schuster.
✍️ Dr. Ney Briones Zambrano
Red Conecta Ecuador Noticias / Substack
Médico de Urgencias