España arde en 2025: el golpe de calor como síntoma de un país que no escucha al clima
Entre la emergencia climática, la política cortoplacista y la vida cotidiana de la ciudadanía
Contextualización: historias que queman la piel
Ana, de 78 años, vive sola en un piso del centro de Sevilla. Las ventanas abiertas apenas alivian el calor que hace que dormir de noche sea imposible. Cada sorbo de agua es un recordatorio de su vulnerabilidad: el calor extremo no es solo un número en un termómetro, es una amenaza silenciosa que llega al corazón y a los pulmones.
En Murcia, José trabaja en el campo desde el amanecer. Bajo 42ºC, recolecta tomates sin pausa, consciente de que un error, un desmayo, podría costarle caro. Sus jornadas interminables reflejan la cruda realidad: el golpe de calor no distingue clases sociales, pero sus consecuencias sí lo hacen.
Este verano de 2025 bate récords históricos. En ciudades como Córdoba, Zaragoza o Sevilla, los termómetros superan ya los 46ºC, mientras los hospitales registran un aumento preocupante de ingresos por deshidratación, agotamiento y enfermedades crónicas agravadas por el calor. Lo que antes era considerado un “verano duro” se ha convertido en la nueva normalidad.
I. El calor como enemigo invisible
El golpe de calor es traicionero: no se ve, no hace ruido, pero mata más que inundaciones o incendios forestales. Según la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) y el Instituto de Salud Carlos III, en España se registraron en 2023 más de 5.000 muertes atribuibles al calor extremo, y 2025 amenaza con superar esa cifra.
La tragedia humana se entrelaza con la desigualdad: quienes no pueden permitirse aire acondicionado o viven en pisos mal aislados son los primeros en sufrir. Cada gota de sudor y cada mareo en la calle es un recordatorio de que el calor no es solo un fenómeno natural, sino también un problema social.
II. Urbanismo y desigualdad térmica
Las ciudades españolas se han convertido en trampas de calor. El asfalto, el cemento y la ausencia de arbolado hacen que barrios enteros sean varios grados más cálidos que las zonas rurales cercanas.
En barrios obreros, como algunas zonas periféricas de Madrid o Valencia, los vecinos viven en pisos pequeños, con poca ventilación y sin sombra en las calles. Mientras tanto, las urbanizaciones privadas lucen piscinas, jardines y sistemas de refrigeración. El calor, como muchas otras crisis, revela la profunda brecha social en España.
III. El espejismo político: promesas frente a emergencia
La política española parece mirar hacia otro lado. Declaraciones altisonantes, planes estratégicos y fotos inaugurando parques solares no sustituyen medidas reales para proteger a la ciudadanía.
No hay suficientes refugios climáticos en colegios, bibliotecas o centros de salud. Las comunidades autónomas carecen de protocolos claros para proteger a los trabajadores expuestos al sol, como José en Murcia. Mientras tanto, el Gobierno central se centra en discursos internacionales sobre la transición energética, pero el calor se siente en la piel de los ciudadanos.
El resultado es que, mientras los políticos hablan, Ana lucha por dormir y José por no desmayarse en el campo.
IV. Economía, turismo y espejismos de prosperidad
España depende del turismo de sol y playa. Sin embargo, cuando el sol es insoportable, las playas se convierten en hornos y las reservas comienzan a cancelarse.
Los trabajadores del sector turístico son los que enfrentan directamente el calor: camareros, guías turísticos, personal de limpieza. Lo que genera riqueza hoy puede ser, en pocos años, una amenaza económica. La paradoja es cruel: la prosperidad aparente convive con la vulnerabilidad real de quienes sostienen la economía bajo temperaturas extremas.
V. Salud pública y adaptación insuficiente
El sistema sanitario español no está preparado para una crisis climática crónica. Las urgencias se saturan durante las olas de calor.
Las recomendaciones oficiales —hidratarse, evitar salir en horas centrales, usar ropa ligera— son necesarias, pero insuficientes. Ana no puede comprar aire acondicionado con su pensión mínima. José no puede detener su trabajo en el campo. La salud pública necesita un cambio de paradigma: de la reacción a la prevención, de atender emergencias a planificar ciudades, energía y vida social.
VI. Conciencia ciudadana y responsabilidad colectiva
No todo depende de la política. La ciudadanía también debe actuar: exigir medidas, cambiar hábitos, apoyar energías limpias y comprender que el calor extremo no es un castigo inevitable, sino un resultado de decisiones que hemos tomado durante décadas.
El calor de 2025 nos recuerda que la indiferencia ya no es una opción. Adaptarse y transformar es cuestión de supervivencia, no de ideología.
Conclusión
El golpe de calor de este verano es una llamada de atención. No es solo una crisis sanitaria: es un espejo de la España desigual, improvisada y atrapada entre discursos políticos vacíos y una ciudadanía que resiste como puede.
Si no actuamos, cada verano se convertirá en un recordatorio doloroso de nuestra negligencia colectiva. El calor no es solo una cifra en un termómetro: es un llamado a despertar y actuar, ahora.
Bibliografía
Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). Informes climáticos anuales y datos sobre olas de calor en España.
Instituto de Salud Carlos III. “Impacto del calor extremo en la mortalidad en España”. Informes 2022-2024.
IPCC (Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático). “Climate Change 2023: Synthesis Report”.
Observatorio de la Sostenibilidad. “Desigualdad y cambio climático en las ciudades españolas”.
Ministerio de Sanidad, España. Plan Nacional de Actuaciones Preventivas por Altas Temperaturas.
Dr Ney Briones Zambrano.