El reto de la salud mental más allá de la ansiedad
Depresión juvenil, medicalización excesiva y el agotamiento de un sistema que ya no da abasto
¿Contextualización: de qué hablamos cuando hablamos de salud mental?
Hablar de salud mental ya no es un tabú. Al menos, no como lo era hace veinte años. Hoy, los medios de comunicación, las redes sociales e incluso las conversaciones cotidianas han integrado términos como ansiedad, depresión o crisis de pánico con una familiaridad impensable hasta hace poco.
Sin embargo, esta visibilidad —aunque positiva— corre el riesgo de simplificar una realidad mucho más compleja, en la que no solo se trata de sentirse mal, sino de comprender por qué una parte importante de la población, especialmente los jóvenes, se está apagando por dentro.
Como médico, pero también como ciudadano, me preocupa la rapidez con la que estamos normalizando el malestar emocional, medicalizando la tristeza y aceptando como inevitables ciertas formas de sufrimiento. La ansiedad es solo la puerta de entrada. Detrás de ella se esconden males más profundos: depresión juvenil, un sistema sanitario desbordado y una cultura que exige rendimiento, éxito y adaptación constante sin conceder espacio al error ni al descanso.
Este artículo es una invitación a mirar más allá de la superficie. A no quedarnos en diagnósticos rápidos ni en soluciones instantáneas. Necesitamos repensar la salud mental como una prioridad política, educativa y cultural. Porque no hay futuro viable si la mente colectiva se desmorona.
I. Más que ansiedad: la nueva cara de la depresión juvenil
No es solo cansancio. No es solo estrés. Cada vez más jóvenes —adolescentes y adultos tempranos— se sienten vacíos, desconectados, incapaces de encontrar sentido a lo que hacen. La depresión juvenil ha dejado de ser una excepción clínica para convertirse en una epidemia silenciosa. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión es ya la principal causa de discapacidad en adolescentes a nivel mundial. En un estudio reciente realizado por la OMS (2023), se destaca que el 20% de los adolescentes en todo el mundo experimentan algún trastorno mental, siendo la depresión uno de los más prevalentes.
Sin embargo, seguimos diagnosticándola tarde, mal o nunca. Muchos padres confunden los síntomas con “rebeldía” o “desmotivación”. Muchas escuelas castigan la conducta sin preguntarse qué la origina. Y muchos jóvenes se rinden sin pedir ayuda, porque han aprendido que estar triste es ser débil.
Los adolescentes no son frágiles por naturaleza. Están frágiles porque el mundo adulto ha fallado en ofrecer contención, escucha y sentido. Porque viven en un entorno hiperdemandante, hipervisualizado, hiperconectado... y paradójicamente, más solos que nunca.
II. La trampa de la medicalización
Una de las respuestas más inmediatas ante este malestar emocional es la prescripción de psicofármacos. No estoy en contra de la medicación: como médico, sé que en muchos casos es necesaria, e incluso vital. Pero cuando se recetan antidepresivos o ansiolíticos como si fueran analgésicos para un dolor de cabeza, entramos en un terreno riesgoso.
La medicalización excesiva no resuelve los problemas de fondo. Alivia, en el mejor de los casos, lo más urgente. Pero también puede cronificar procesos, generar dependencia o crear la ilusión de que basta una pastilla para curar heridas que necesitan escucha, acompañamiento y reconfiguración vital.
Estudios recientes, como el realizado por Sanz y García-Vera (2018), revelan que la medicalización de la tristeza y el malestar emocional, si no se acompaña de un tratamiento psicosocial adecuado, puede generar efectos secundarios a largo plazo, como una mayor dependencia de los psicofármacos.
El sistema sanitario, además, no ayuda. Las consultas son breves, los recursos son limitados y la salud mental pública está saturada. En este contexto, medicar se convierte en lo más rápido… pero no en lo más eficaz ni humano.
III. Un sistema sanitario al borde del colapso
En países como España y gran parte de Latinoamérica, la salud mental sigue siendo el eslabón más débil del sistema sanitario. Las listas de espera para atención psicológica o psiquiátrica en el sistema público pueden superar los tres o seis meses. Las plazas disponibles son insuficientes. Y los profesionales trabajan al límite, con recursos escasos y poco respaldo institucional.
Un informe de la Organización Mundial de la Salud (2023) destacó que los países de ingresos medianos y bajos tienen una oferta extremadamente limitada de servicios de salud mental, lo que hace que una gran parte de la población quede fuera del sistema de atención.
A esto se suma otro fenómeno preocupante: la creciente privatización del cuidado emocional. Acudir a terapia se ha vuelto un privilegio. Y el mensaje que se transmite, sin querer, es brutal: si puedes pagar, puedes sanar; si no puedes, aguanta como puedas.
Pero el sufrimiento psíquico no distingue clases sociales. La diferencia es que unos tienen herramientas —y dinero— para afrontarlo, y otros no.
IV. Cultura del rendimiento, redes sociales y agotamiento emocional
No podemos hablar de la crisis de salud mental sin analizar el contexto cultural que la alimenta. Vivimos en una época obsesionada con el rendimiento. Desde la escuela hasta el trabajo, desde las redes sociales hasta el gimnasio, se espera que todos —especialmente los jóvenes— estén activos, productivos, felices, inspiradores y con buena imagen.
La vida se mide en logros, en likes, en resultados. Y quien no rinde, no vale. Quien no brilla, desaparece.
Esta presión constante produce fatiga emocional, desconexión con uno mismo y una insatisfacción crónica. Según un estudio de Goleman (2006) sobre la inteligencia emocional, el estrés constante y la sobreexposición a redes sociales generan una sobrecarga cognitiva que puede agravar los síntomas de ansiedad y depresión.
Muchos jóvenes ya no saben quiénes son sin la mirada del otro. No tienen espacios seguros para aburrirse, equivocarse o simplemente ser. Y eso los deja emocionalmente huérfanos.
V. ¿Estamos criando una generación débil?
Una pregunta que escucho con frecuencia es: ¿Estamos criando jóvenes más frágiles? La respuesta es clara: no. Lo que vemos no es debilidad emocional, sino sensibilidad desprotegida. No es fragilidad, sino exposición extrema.
Esta generación ha crecido con amenazas globales constantes: crisis climática, guerras, precariedad laboral, inseguridad existencial. Ha aprendido que el mundo es incierto… y que el futuro, muchas veces, no está garantizado.
Pedir ayuda, tener ansiedad, llorar o sentir vacío no es debilidad. Es humanidad. Y lo que necesitamos no son jóvenes más duros, sino adultos más conscientes y sistemas más justos.
VI. Una salud mental integral: educación, comunidad y sentido
¿Qué podemos hacer? No hay soluciones mágicas, pero sí líneas de acción claras:
Educación emocional desde la infancia. Enseñar a identificar, nombrar y gestionar emociones debe ser parte del currículo escolar, tanto como las matemáticas.
Fortalecer los servicios públicos. Incorporar psicólogos/as clínicos a la atención primaria y reducir las listas de espera es una necesidad urgente.
Acceso universal a la terapia. El cuidado de la salud mental no puede ser un lujo: debe ser un derecho.
Romper estigmas sin banalizar. Hablar abiertamente de salud mental, pero con responsabilidad. Ni estigmatizar ni romantizar el sufrimiento.
Promover el autocuidado real, no cosmético. Basta de mensajes vacíos de “positividad”. Hace falta más escucha, descanso, límites y propósito.
Conclusión: Lo que no se cuida, se rompe
La salud mental no es un capricho generacional. Es una emergencia silenciosa. Y como toda crisis, encierra una posibilidad: la de reconstruir una cultura que valore la vida interior, la palabra compartida y el cuidado mutuo.
No basta con identificar el problema. Hay que cambiar las estructuras que lo producen. Necesitamos menos diagnósticos rápidos y más vínculos duraderos. Menos medicación automática y más proyectos con sentido. Porque al final, lo que cura no es solo la química. Es también el vínculo, la escucha, el propósito compartido.
Dr. Ney Briones Zambrano
Redactor Red ecuador conecta noticias /substack
Médico de Urgencias
Referencias y lecturas recomendadas:
Organización Mundial de la Salud (OMS). (2023). Mental health of adolescents. https://www.who.int/news-room/fact-sheets/detail/adolescent-mental-health
Observatorio de Salud Mental en España. (2024). Informe anual de salud mental infantil y juvenil.
Ehrenreich, B. (2010). Sonríe o muere: La trampa del pensamiento positivo. Turner.
Goleman, D. (2006). Inteligencia emocional. Kairós.
Sanz, J. & García-Vera, M. P. (2018). Medicalización de la tristeza: un análisis crítico. Revista de Psicopatología y Psicología Clínica, 23(2), 93–107.