¿Ecuador, país de paz? Aunque no era el paraíso, éramos felices… hasta que despertamos en esta pesadilla
¿Cómo llegamos a esta crisis de seguridad sin precedentes? ¿Cuáles son las responsabilidades políticas y técnicas de este desastre nacional? Una reflexión para entender, indignarse y construir salidas
Por Dr. Ney Briones Zambrano
www.drneybriones.com
Redactor Ecuador Conecta Noticias / Substack
Director ejecutivo Movimiento pluricultural Quinta Región
Ecuador duele. Pero no está perdido.
Hace apenas unos años, salir a caminar no era un acto temerario. Mandar a los hijos al colegio no era una fuente de ansiedad. Vivíamos con nuestras contradicciones, sí, pero con un mínimo de certezas: que el miedo no sería parte de lo cotidiano.
Hoy, algo se ha roto.
Y no solo se trata de cifras alarmantes o titulares sangrientos.
Se trata de la sensación de que hemos perdido algo esencial: la confianza en que este país era, al menos, un lugar habitable.
¿En qué momento dejamos de ser un remanso de paz para convertirnos en un epicentro del crimen organizado?
¿En qué instante se infiltró la violencia hasta los huesos del Estado y las entrañas de nuestra sociedad?
Este artículo no busca quedarnos en la queja.
Es una invitación a mirar el pasado reciente sin fanatismos, a señalar responsabilidades, a indignarnos con argumentos y, sobre todo, a imaginar una salida posible.
Porque, aunque no era el paraíso…
éramos felices.
I. Éramos felices y no lo sabíamos
Ecuador, ese país que se vendía al mundo como un remanso de paz en medio del fuego cruzado entre guerrillas, paramilitares y narcotráfico en Colombia, o del pasado sangriento de Sendero Luminoso y los abusos del fujimorismo en Perú, ha dejado de ser la excepción.
Nos mirábamos en el espejo de nuestros vecinos con una mezcla de compasión y alivio.
“Eso aquí no pasa”, decíamos.
“Aquí no hay guerrilla, ni paramilitares, ni narcos, ni terrorismo”.
Pero la realidad se ha impuesto a golpes, balas y cuerpos.
En los últimos años, Ecuador ha sido testigo de una escalada brutal de violencia: masacres carcelarias, atentados con explosivos, extorsiones sistemáticas, secuestros, emboscadas a militares, asesinatos de fiscales y periodistas, y bandas criminales que se disputan los puertos como botín de guerra.
Hoy, tristemente, Ecuador está en el mapa.
En el mapa del crimen organizado global.
Ya no somos una simple alarma regional: somos una emergencia global.
Según el Índice de Criminalidad Global 2024, publicado por la organización internacional Global Initiative Against Transnational Organized Crime (GI-TOC), Ecuador ocupa el segundo lugar como el país más inseguro del mundo, solo por debajo de Siria, una nación devastada por una guerra civil desde hace más de una década.
A nivel latinoamericano, somos los primeros en inseguridad.
II. De paraíso a infierno: veinte años de errores, omisiones y complicidades
Para comprender cómo llegamos aquí, hay que mirar atrás. Y hacerlo sin fanatismos.
Durante la llamada década correísta (2007–2017), Ecuador vivió una etapa de crecimiento económico impulsado por altos precios del petróleo y una fuerte inversión estatal. Se construyeron hospitales, escuelas, infraestructura, y se tecnificaron sectores de la seguridad.
Pero también se concentró el poder, con un manejo frontal, confrontativo, directo, y en algunos momentos con una gestión autoritaria. Se persiguió a opositores con una maquinaria estatal poco autocrítica, principalmente a periodistas y a sectores de la burguesía. Algunos analistas creen que esta situación, junto a la manipulación mediática de la oposición, es la razón por la que nace la polarización y el odio visceral hacia el correísmo.
El correísmo no fue perfecto ni un paraíso, pero tampoco fue el origen del infierno que hoy vivimos.
¿Dónde se cree que empezó todo?
La fractura se abrió con Lenin Moreno, quien desmontó muchas estructuras del Estado, especialmente en el área de inteligencia. Según expertos en seguridad, desmanteló la Secretaría Nacional de Inteligencia, recortó presupuesto y personal clave justo cuando empezaban a operar mafias transnacionales en nuestras costas.
Con Guillermo Lasso, lejos de corregirse el rumbo, se profundizó el caos. Su promesa de “mano dura” quedó en slogans.
El Estado perdió el control del sistema penitenciario y los crímenes se dispararon. Se legisló poco y mal en materia de seguridad. Y mientras tanto, los puertos eran tomados por mafias con tentáculos dentro de instituciones y fuerzas del orden.
Con Daniel Noboa, el “outsider” heredero de un emporio bananero, la crisis se maquilló con marketing, pero se profundizó en los hechos.
Aunque declaró un “conflicto armado interno” y tomó medidas visibles, la fuga de alias Fito (cabecilla de Los Choneros) y la reciente fuga de Rolando Federico Gómez Quinde, alias Fede, líder de Las Águilas, con complicidad de personal militar en una cárcel de máxima seguridad, evidencian algo pavoroso: la delincuencia ha infiltrado al Estado hasta la médula.
Peor aún, la emboscada a militares en el Alto Punino, provincia de Orellana, en plena Amazonía, donde murieron 11 uniformados por información filtrada, confirma lo que muchos temían: hay traidores dentro de las propias fuerzas de seguridad.
III. ¿Quién tiene la culpa? ¿Y por qué siguen ganando?
Una parte del país grita: “¡Culpa del correísmo!”.
Otra responde: “¡Todo es por la derecha!”.
Pero más allá de las etiquetas, la pregunta incómoda es:
¿Por qué, si la derecha ha agravado la crisis, ha ganado dos veces seguidas?
Primero con Lasso, en elecciones regulares. Luego con Noboa, que ganó el adelanto electoral y se impuso en las elecciones generales con un discurso anti-correísta, sin un plan claro de seguridad.
¿Estamos ante una sociedad políticamente analfabeta?
Tal vez.
Pero también estamos ante una sociedad emocionalmente desgastada, que vota no por propuestas, sino por odio acumulado.
Un odio visceral al correísmo que nubla el juicio, que prefiere que “gobierne cualquiera, menos ellos”, aunque ese “cualquiera” no tenga plan, ni equipo, ni preparación.
Eso conlleva al empeoramiento de la seguridad en su propio país; es decir, votan en contra de sus propios intereses.
Y el correísmo, lejos de reinventarse, insiste en la victimización y en repetir fórmulas del pasado.
En lugar de autocrítica, no se reinventa ni hace otras propuestas.
En lugar de apertura, cierra filas.
IV. Un país tomado por las rutas de la droga
La violencia que vivimos no es gratuita.
Ecuador no produce cocaína, pero es la autopista preferida para moverla desde Colombia y Perú hacia Europa y EE. UU.
Nuestros puertos —especialmente Guayaquil y Esmeraldas— son clave para el narco.
Bandas como Los Choneros, Los Lobos, Las Águilas, Los Tiguerones, Los Lagartos no son simples pandillas: son mafias empresariales, que operan con armamento militar, redes internacionales, sicarios profesionales y complicidades dentro del aparato estatal.
El crimen organizado ha convertido cárceles en cuarteles, barrios en zonas liberadas y jueces en cómplices.
La debilidad del Estado, la corrupción y el abandono de los jóvenes a la pobreza extrema han sido el abono perfecto para este cáncer.
V. La polarización mata, y el centro puede sanar
Ni la derecha ha sabido gobernar con seguridad, ni el correísmo ha logrado reinventarse con autocrítica y apertura.
Ecuador está atrapado entre dos extremos que ya no dialogan: solo gritan, se insultan, se bloquean mutuamente.
Por eso, es hora de plantear algo distinto:
Una política de centro, técnica, valiente, que no obedezca dogmas ni le tema a reconocer aciertos ajenos.
Una política que pueda decir sin vergüenza:
— “Esto lo hizo bien el correísmo”, y aplicarlo.
— “Esto fracasó en la derecha”, y evitarlo.
— “Esto nunca se ha intentado”, y construirlo.
Un centro que entienda que gobernar no es repetir consignas, sino reconstruir el Estado con datos, talento y servicio.
Un centro que no divida al país, sino que lo convoque.
VI. Salir del abismo: propuestas técnicas, no dogmas
Ha llegado el momento de romper el círculo vicioso.
La solución no está en los extremos.
Proponemos una salida política de centro, técnica, plural y sin ataduras ideológicas. Una política que:
• Reconstruya la inteligencia militar y policial con personal capacitado, auditado y libre de infiltración.
• Cree una unidad élite, independiente y civil para monitorear el sistema penitenciario y los puertos marítimos.
• Invierta con urgencia en justicia: fiscales, jueces y defensores públicos protegidos y blindados contra amenazas y sobornos.
• Implemente educación cívica y formación política desde la escuela, para formar ciudadanos críticos, no tiktokers manipulables.
• Impulse pactos de Estado en seguridad, salud, justicia y educación, que trasciendan gobiernos y colores partidistas.
• Use tecnología de trazabilidad y control financiero, desde contenedores hasta cuentas bancarias de origen ilícito.
No se trata de prometer el cielo.
Se trata de dejar de vivir en el infierno.
Epílogo: No estamos condenados. Pero sí advertidos.
La historia no está escrita.
Ecuador aún tiene una oportunidad.
Pero no será con discursos vacíos ni marketing hueco, sino con valentía ciudadana, técnica política y responsabilidad colectiva.
Lo que está en juego no es solo un gobierno.
Es el alma del país.
Es el futuro de tus hijos, de los nuestros, de quienes no votan aún pero ya crecen rodeados de miedo.
No dejemos que la rabia nos nuble.
Que el odio decida por nosotros.
La esperanza exige algo más: conciencia, organización y coraje.
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Si te ha indignado, actúa.
Porque callar ya no es opción.
Y porque, aunque no era el paraíso…
éramos felices.