📢 Desinformación en salud: el auge de los “influencers médicos” sin formación
Cuando el “doctorado en Google” se convierte en epidemia digital
Contextualización
En los últimos años, especialmente tras la pandemia, asistimos a un fenómeno que parece sacado de una tragicomedia: personas sin la más mínima formación en salud se han erigido en gurús médicos de masas. Con una cámara frontal, buena iluminación y mucha seguridad en sí mismos, predican desde Instagram, TikTok o YouTube tratamientos milagrosos, dietas absurdas y teorías que rozan lo delirante.
El problema no es que existan —siempre los hubo— sino que hoy poseen una audiencia de millones de personas vulnerables, dispuestas a creer más en un “influencer” con abdominales y frases motivacionales que en un médico con años de estudio, guardias interminables y libros subrayados con sudor y café.
I. El nacimiento del “doctor Google” versión influencer
Antes uno buscaba síntomas en Google y acababa convencido de tener cáncer terminal. Hoy, ni siquiera hace falta escribir: basta con deslizar el dedo y aparece un influencer que, con aire mesiánico, te explica que el limón en ayunas cura todo, que la vacuna es un complot mundial o que tu depresión se arregla con “pensar positivo”.
El nuevo médico estrella no lleva bata blanca, sino un aro de luz LED y un micrófono USB. Y lo que antes era charlatanería de esquina se ha transformado en contenido viral de millones de reproducciones.
II. El peligro de la narrativa seductora
La ciencia es lenta, rigurosa y a menudo aburrida para quien busca soluciones rápidas. En cambio, el influencer sin formación ofrece respuestas simples a problemas complejos, aderezadas con música de fondo, frases inspiracionales y un rostro perfectamente editado.
¿Quién no quiere creer que su diabetes se cura con una dieta “detox” de tres días? ¿Quién no quisiera que la ansiedad se resolviera con respirar “energía positiva” y repetir un mantra de TikTok?
El drama es que, tras la seducción del “contenido fácil”, la gente abandona tratamientos reales, retrasa diagnósticos y pone en riesgo su salud.
III. ¿De quién es la culpa?
Aquí entramos en terreno espinoso. Claro, los influencers tienen responsabilidad por vender humo. Pero también hay un sistema que los alimenta:
Algoritmos que premian la exageración frente a la verdad.
Seguidores que prefieren el consuelo del engaño a la crudeza de la evidencia.
Medios tradicionales que, muchas veces, no saben comunicar salud de forma clara.
En definitiva, la culpa es compartida. Pero la factura la paga siempre el mismo: el ciudadano de a pie, mal informado y en riesgo.
IV. La ironía de la credibilidad
Es casi cómico —si no fuera trágico— que alguien crea más en un “coach de vida saludable” que en un endocrinólogo con 12 años de formación. O que confíe más en un video viral de 30 segundos que en un consenso científico de 300 páginas avalado por la OMS.
La credibilidad se mide hoy en likes y seguidores, no en diplomas ni experiencia clínica. En esta lógica, un nutricionista con maestría es menos convincente que un influencer con abdominales marcados.
V. Casos reales, consecuencias reales
Pacientes que abandonan su tratamiento de cáncer para seguir “terapias alternativas” promovidas en redes.
Personas con depresión que rechazan psicoterapia y medicación, convencidas de que “solo hay que vibrar alto”.
Niños expuestos a dietas extremas impuestas por padres mal informados que siguen consejos de Instagram.
No hablamos de exageraciones: hay vidas truncadas por la desinformación en salud. Y cada “consejo” irresponsable que se viraliza es una bala perdida en la salud pública.
VI. ¿Qué hacer frente a la epidemia digital?
Educar: la población necesita alfabetización digital y científica. No basta con decir “no creas todo lo que ves en internet”. Hay que enseñar a contrastar fuentes.
Regular: las plataformas deben asumir su responsabilidad. No puede ser que se borren fotos por copyright pero se mantengan videos que invitan a dejar la insulina.
Comunicar mejor: los profesionales de salud debemos aprender a usar el mismo lenguaje y las mismas plataformas, sin miedo a simplificar sin perder rigor.
Ridiculizar con humor: la ironía, la sátira y la crítica pública son herramientas poderosas para desenmascarar la charlatanería.
Conclusión
El auge de los “influencers médicos” sin formación no es una moda inocente. Es un problema de salud pública, un atentado contra la educación y, sobre todo, un recordatorio de lo vulnerables que somos ante la desinformación.
La ciencia no necesita ser aburrida ni inaccesible. Pero debe defender su lugar frente al espectáculo barato de quienes, sin título, sin ética y sin conciencia, juegan con lo más sagrado: la vida y la salud de los demás.
Ridiculizar a estos falsos gurús no es solo un acto de humor: es una forma de resistencia. Porque entre un video viral y un tratamiento real, siempre debería ganar la evidencia.
Bibliografía consultada
Organización Mundial de la Salud (2023). Desinformación en salud: impacto y estrategias de mitigación. OMS.
Ministerio de Sanidad, España (2024). Alfabetización en salud digital y riesgos de la desinformación.
OPS (2023). La epidemia de la desinformación en salud en América Latina. Organización Panamericana de la Salud.
Lewandowsky, S., Cook, J. (2020). The Conspiracy Theory Handbook. University of Queensland.
✍️ Dr. Ney Briones Zambrano
Redactor Red Conecta Ecuador Noticias / Substack
Divulgador científico.
Médico de Urgencias.
Master en Medicina tropical y Salud Internacional y en Urgencias.
Postgrado en Nutrición, Suplementación y Farmacología en el Deporte